¡La Tate Britain existe!

por I.

Aunque parezca la hermana pobre de la familia, la hija descarriada, lo cierto es que la Tate Britain existe. Competir con la National Gallery o el British Museum no es fácil, menos todavía si parte de la colección de la antigua Tate Gallery se partió en dos al inaugurar en el año 2000 la fabulosa Tate Modern. Con todo, este museo siempre hace acto de presencia. En una urbe como Londres hay sitio para todos. Así, la Tate Britain reivindica su existencia… y no es para menos. Quien sea un feligrés del arte británico encontrará en esta colección un verdadero tesoro, pues su interior recorre la historia del mismo con todo detalle -comienza alrededor del año 1500 y llega prácticamente hasta nuestros días-, si bien todas las piezas pertenecientes al arte moderno cruzaron en el año 2000, como digo, el Támesis encaminándose hacia la orilla sur.

IMG_4055Entrada principal de la Tate Britain, 29 de octubre de 2014

La verdad es que el edificio engaña. Tiene una ubicación estupenda, al lado del río y muy cerca de Westminster. Sin embargo, por fuera, no transmite ningún tipo de sensación. Es una construcción aséptica y nada atractiva. Por dentro es más coqueto, tiene su gracia. Además, desde que Penelope Curtis se hizo cargo de la dirección, la Tate Britain ha ido «modernizando» su apariencia. Hace años que la visité y, de aquella vez a esta última, sí se han notado ciertas variaciones, más frescura entre sus salas. La idea es colocar a este museo en la primera línea del mapa cultural londinense. Y, personalmente, creo que están haciendo un buen trabajo. Es el cuarto en discordia en el colosal panorama museístico de la ciudad y, dentro de sus posibilidades, la Tate Britain luce con encanto.

IMG_4043Interior de la Tate Britain, 29 de octubre de 2014

Como siempre, salgo con nombres propios apuntados en mi diario de arte personal. Sin ser uno de mis pintores favoritos, Francis Bacon entra en la lista al desatar su universo de violencia y deformación de la realidad con el impactante Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión (1944). Esta obra, según explican los expertos del museo, simboliza la asociación entre la maldad, la monstruosidad y el nazismo. De hecho, atendiendo al contexto histórico en el que fue pintada, bien podría ser considerada como válida esta argumentación. Sea cual sea la interpretación que uno le quiera dar, lo cierto es que ese agitado rojo, esos bichos que acaparan el centro de atención… algo de inquietud sí despierta.

IMG_4032Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión (1944) Francis Bacon

Cuando caminas por las salas de este museo te das cuenta de cuál es el verdadero bastión de la colección: los paisajes de J. M. W. Turner. La obra de este pintor nunca me ha acabado de decir nada. Y es una lástima para mí, pues allí luce en todo su esplendor. Los devotos de este paisajista británico tienen la Tate Britain, por tanto, como visita obligada. Me quedo, en todo caso, con el trabajo de otro artista. Él es Bill Woodrow y nos expone una escultura formidable. Está bautizada con el nombre de Elephant (1984). En ella vemos la imagen de un elefante anclada en la pared, ocupando el centro de la escena. Dos mapas, uno a la izquierda y el otro a la derecha, contribuyen a darle forma al animal, pues representan sus grandes orejas. Son África y Sudámerica. Un montón de chatarra da forma a su trompa y a sus colmillos. Una imagen que se completa con una inquietante metralleta que sostiene, en su trompa, el animal y que parece custodiar un círculo giratorio infinito protagonizado por unas envejecidas puertas de unos automóviles. Cada uno verá lo que quiera ver en ella, pero a mí esta escultura me lleva de viaje a los tiempos del triángulo comercial, de la esclavitud africana, del impulso del Nuevo Mundo y de la consolidación, en base a la sangre esclava, del capitalismo industrial.   

IMG_4036Elephant (1984) Bill Woodrow

Por último, en mitad de la sala más recargada de esta catedral de arte británico, me encuentro con una serie de pinturas repletas de dulzura, de nostalgia, de serenidad. Me gustan. Una es Hope (1886), de George Frederic Watts. Y no sé por qué el artista llamaría así a esta pintura. A mí más que a la esperanza, esta muchacha me recuerda a un día triste y melancólico. No decoraría con ella las habitaciones de mi cuarto, pero es una pintura muy bonita.

Assistants_and_George_Frederic_Watts_-_Hope_-_Google_Art_ProjectHope (1886) George Frederic Watts

Un lienzo de John William Waterhouse, The lady of Shalott (1888), nos cuenta una triste y hermosa historia de amor. Se dice que esta joven vivía encerrada en lo alto de un castillo, donde una voz le susurró que si algún día miraba hacia Camelot, una maldición caería sobre ella. En la habitación había un espejo, y en él se reflejó la figura de Lancelot. La chica, por supuesto, se dejó llevar por el amor y miró, buscando a su enamorado, hacia Camelot. Estaba destinada a morir de amor, y con esas bajó de la torre y se lanzó al río montada en una barca. El pintor refleja la hermosura y tristeza que lleva aparejado el último adiós.

John_William_Waterhouse_-_The_Lady_of_Shalott_-_Google_Art_ProjectThe lady of Shalott (1888) John William Waterhouse

Este triángulo acaramelado lo completa un lienzo del que es imposible escapar. Se llama Carnation, Lily, Lily, Rose (1885) y lo firma John Singer Sargent. Representa una escena floral, con dos niñas en mitad de un jardín rodeadas de lirios y jugando a encender unos farolillos chinos. A mí me recuerda a esos atardeceres que ya van despidiéndose del verano hasta el próximo año, dándole la bienvenida al otoño. Es una pintura cautivadora, que evoca aquellos días de niñez y que, en definitiva, te impregna de la nostálgica serenidad de septiembre.    

carnationCarnation, Lily, Lily, Rose (1885) John Singer Sargent