El escargot azul

Categoría: Arte

El corazón de Londres

Entrar en la National Gallery es un ejercicio que pone a prueba tu poder de fascinación. Son tantos y tantos los lienzos allí expuestos que, la verdad, si uno tiene tiempo, merece la pena fraccionar la visita a lo largo de varios días. La típica mañana de turista engullendo velozmente cada uno de los pasillos del museo… no conduce a nada en la National Gallery, pues se te escapa lo mejor.

Ponerse a hablar de las pinturas que te llevarías a casa… es un imposible tratándose de esta pinacoteca. Se haría todo muy largo. Para empezar, la colección de arte italiano que poseen es una delicia. Uno se siente como si estuviera en uno de esos formidables museos que tiene el país transalpino mientras deambula por las salas de la National. Las vírgenes pinceladas por Francesco Francia y Sassoferrato, cada uno en su estilo, evocan a la dulzura del amor, de la niñez más pura. Pronto, nos alteramos con Guido Reni y su magistral, tan sensual como inquietante, Susana y los viejos. El ánimo, sin embargo, vuelve a relajarse si nos dejamos llevar por la serenidad de Piero Della Francesca y su Bautismo de Cristo. Puedes volar todavía más alto si quieres y dejarte llevar por la ensoñación, por la tranquilidad que lleva implícita el Sueño de Santa Elena de Paolo Veronese. Así, tras este agradable descanso, viajas a contemplar la perfecta armonía que transmiten las obras de Rafael, y yo me quedo embobado con esa flor de la Garvagh Madonna. Imposible no deslumbrarse con la escena que nos regala Tiziano en su Baco y Ariadna. También me apetece darme una vuelta por Venezia, por el Gran Canal. Y para eso, qué mejor que observar las postales que nos dejó Canaletto. Y sí, es difícil no admirar durante un buen rato, eso sí, sentado en el cómodo sillón de la sala, la magistral Virgen de las Rocas de Leonardo. Así hasta llegar a mi pintura favorita, al mejor punto de esta pequeña Italia: Venus y Marte de Botticelli, simplemente estupenda.

botticelli_venus_marsVenus y Marte (1483) Sandro Botticelli 

Cuando el síndrome Stendhal ya asoma por la ventana, todavía no has visto siquiera una tercera parte de las obras de este museo. La colección de pintura flamenca, aunque no es comparable a la de arte italiano, es otro lujo. Allí están Rubens (cuidado con su Sansón y Dalila o El juicio de Paris), Memling… pero una obra destaca por encima del resto… y no precisamente por su tamaño. Es fácil localizarla, pues siempre hay un pelotón de intrépidos turistas enfrente de ella, cámara en mano, inmortalizando a un inmortal matrimonio, el Matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck. Si te pierdes por las salas más escondidas del museo, dentro de la colección holandesa, te encontrarás con un Vermeer envuelto en la oscuridad, alumbrando, sin embargo, con su especial tacto para la luz, nuestros ojos gracias a la Dama al virginal. Justo al lado de él, encontramos un paisaje de su querida Delft, una bonita postal pincelada por Pieter de Hooch en su Patio de una casa de Delft.

Más escondida está la pintura española, pero está. Menos una, ¡una que se me resiste! Siempre que voy a la National, ella está de viaje por Europa. ¡Puñetera! Sí, todavía no he podido ver la Venus del espejo de Velázquez. Me conformo, en todo caso, con la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto de Ribera, una pintura sobrecogedora y visceral. También me gusta el inconfundible estilo de El Greco en La expulsión de los mercaderes del templo. Son tantas las pinturas… Imposible detenerte en todas. No he nombrado a Rembrandt, a Durero, a Murillo, a Goya, a Caravaggio, a Zurbarán, a Tintoretto, a Perugino, a Giotto, a Fra Angelico, a los Bruehghel… y tantos otros. Como digo, ¡imposible!

Picture 004Lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto (1620-21) José de Ribera

Llego al final del museo. Y me encuentro así con el otro tesoro, junto al arte italiano, que para mí le da un valor especial a la National Gallery: las obras impresionistas y postimpresionistas. Es la poesía de lo cotidiano lo que allí exhiben: Los grandes bañistas de Cézanne, La Silla de Van Gogh, Un baño en Asnieres de Seurat, Los nenúfares de Monet, La primera salida de Renoir… perderse por las rutinas sociales, los paisajes y mundanos acontecimientos que a estos pintores les dio por plasmar en sus lienzos nunca está de más. Así que le dices adiós a la National Gallery. Y sales por su puerta principal, por la que da a Trafalgar Square. Tiene unas vistas espléndidas.

Baño en AsniéresUn baño en Asnieres (1884) Georges-Pierre Seurat 

¡La Tate Britain existe!

Aunque parezca la hermana pobre de la familia, la hija descarriada, lo cierto es que la Tate Britain existe. Competir con la National Gallery o el British Museum no es fácil, menos todavía si parte de la colección de la antigua Tate Gallery se partió en dos al inaugurar en el año 2000 la fabulosa Tate Modern. Con todo, este museo siempre hace acto de presencia. En una urbe como Londres hay sitio para todos. Así, la Tate Britain reivindica su existencia… y no es para menos. Quien sea un feligrés del arte británico encontrará en esta colección un verdadero tesoro, pues su interior recorre la historia del mismo con todo detalle -comienza alrededor del año 1500 y llega prácticamente hasta nuestros días-, si bien todas las piezas pertenecientes al arte moderno cruzaron en el año 2000, como digo, el Támesis encaminándose hacia la orilla sur.

IMG_4055Entrada principal de la Tate Britain, 29 de octubre de 2014

La verdad es que el edificio engaña. Tiene una ubicación estupenda, al lado del río y muy cerca de Westminster. Sin embargo, por fuera, no transmite ningún tipo de sensación. Es una construcción aséptica y nada atractiva. Por dentro es más coqueto, tiene su gracia. Además, desde que Penelope Curtis se hizo cargo de la dirección, la Tate Britain ha ido «modernizando» su apariencia. Hace años que la visité y, de aquella vez a esta última, sí se han notado ciertas variaciones, más frescura entre sus salas. La idea es colocar a este museo en la primera línea del mapa cultural londinense. Y, personalmente, creo que están haciendo un buen trabajo. Es el cuarto en discordia en el colosal panorama museístico de la ciudad y, dentro de sus posibilidades, la Tate Britain luce con encanto.

IMG_4043Interior de la Tate Britain, 29 de octubre de 2014

Como siempre, salgo con nombres propios apuntados en mi diario de arte personal. Sin ser uno de mis pintores favoritos, Francis Bacon entra en la lista al desatar su universo de violencia y deformación de la realidad con el impactante Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión (1944). Esta obra, según explican los expertos del museo, simboliza la asociación entre la maldad, la monstruosidad y el nazismo. De hecho, atendiendo al contexto histórico en el que fue pintada, bien podría ser considerada como válida esta argumentación. Sea cual sea la interpretación que uno le quiera dar, lo cierto es que ese agitado rojo, esos bichos que acaparan el centro de atención… algo de inquietud sí despierta.

IMG_4032Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión (1944) Francis Bacon

Cuando caminas por las salas de este museo te das cuenta de cuál es el verdadero bastión de la colección: los paisajes de J. M. W. Turner. La obra de este pintor nunca me ha acabado de decir nada. Y es una lástima para mí, pues allí luce en todo su esplendor. Los devotos de este paisajista británico tienen la Tate Britain, por tanto, como visita obligada. Me quedo, en todo caso, con el trabajo de otro artista. Él es Bill Woodrow y nos expone una escultura formidable. Está bautizada con el nombre de Elephant (1984). En ella vemos la imagen de un elefante anclada en la pared, ocupando el centro de la escena. Dos mapas, uno a la izquierda y el otro a la derecha, contribuyen a darle forma al animal, pues representan sus grandes orejas. Son África y Sudámerica. Un montón de chatarra da forma a su trompa y a sus colmillos. Una imagen que se completa con una inquietante metralleta que sostiene, en su trompa, el animal y que parece custodiar un círculo giratorio infinito protagonizado por unas envejecidas puertas de unos automóviles. Cada uno verá lo que quiera ver en ella, pero a mí esta escultura me lleva de viaje a los tiempos del triángulo comercial, de la esclavitud africana, del impulso del Nuevo Mundo y de la consolidación, en base a la sangre esclava, del capitalismo industrial.   

IMG_4036Elephant (1984) Bill Woodrow

Por último, en mitad de la sala más recargada de esta catedral de arte británico, me encuentro con una serie de pinturas repletas de dulzura, de nostalgia, de serenidad. Me gustan. Una es Hope (1886), de George Frederic Watts. Y no sé por qué el artista llamaría así a esta pintura. A mí más que a la esperanza, esta muchacha me recuerda a un día triste y melancólico. No decoraría con ella las habitaciones de mi cuarto, pero es una pintura muy bonita.

Assistants_and_George_Frederic_Watts_-_Hope_-_Google_Art_ProjectHope (1886) George Frederic Watts

Un lienzo de John William Waterhouse, The lady of Shalott (1888), nos cuenta una triste y hermosa historia de amor. Se dice que esta joven vivía encerrada en lo alto de un castillo, donde una voz le susurró que si algún día miraba hacia Camelot, una maldición caería sobre ella. En la habitación había un espejo, y en él se reflejó la figura de Lancelot. La chica, por supuesto, se dejó llevar por el amor y miró, buscando a su enamorado, hacia Camelot. Estaba destinada a morir de amor, y con esas bajó de la torre y se lanzó al río montada en una barca. El pintor refleja la hermosura y tristeza que lleva aparejado el último adiós.

John_William_Waterhouse_-_The_Lady_of_Shalott_-_Google_Art_ProjectThe lady of Shalott (1888) John William Waterhouse

Este triángulo acaramelado lo completa un lienzo del que es imposible escapar. Se llama Carnation, Lily, Lily, Rose (1885) y lo firma John Singer Sargent. Representa una escena floral, con dos niñas en mitad de un jardín rodeadas de lirios y jugando a encender unos farolillos chinos. A mí me recuerda a esos atardeceres que ya van despidiéndose del verano hasta el próximo año, dándole la bienvenida al otoño. Es una pintura cautivadora, que evoca aquellos días de niñez y que, en definitiva, te impregna de la nostálgica serenidad de septiembre.    

carnationCarnation, Lily, Lily, Rose (1885) John Singer Sargent

Una mañana en la Tate Modern

Un mañana soleada en Londres es un regalo. Te despierta el ánimo. Cuando el cielo está azul azul… esta ciudad es mucho más bonita. Paseo por el puente de Blackfriars, tranquilo, sin casi gente. Puedo así disfrutar del Támesis, observar la fuerza de su caudal y quedarme allí atontado -más de lo que estoy- mientras vislumbro a mi izquierda, regalo doble, el plan del día: otoño, Londres, el sol y la Tate Modern.

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Entrar en la Tate es algo que, probablemente, nunca me vaya a cansar. Me gusta hasta la singularidad del edificio. Qué pragmáticos son estos británicos. A quién si no se le iba a ocurrir la idea de convertir una antigua central eléctrica inservible por el paso del tiempo, la de Bankside en la orilla sur del Támesis, en el museo más visitado de arte moderno y contemporáneo mundial. Pues sí, a ellos. Y entrar en ella, recorrer las plantas 2, 3 y 4, distraerse en la terraza de la cafetería, pasear por sus pasillos… la Tate siempre depara algo especial. Hay tal cantidad de pinturas chulas que es imposible no perderle el rastro a alguna. Esto, sin embargo, es lo mejor de este museo: cada vez que vas, descubres un tesoro nuevo, una obra que hasta entonces no te había llamado la atención.

Entre los muros de la Tate Modern duermen pinturas de Salvador Dalí, Pablo Picasso, Joan Miró, Paul Klee, Francis Bacon y tantos otros. Pero fíjate que salgo del museo con otros nombres. El recorrido lo comienzo en la segunda planta, lugar donde se encuentra la exhibición bautizada como poetry and dream. Dentro de la misma, lucen alegremente las salas dedicadas a la pintura realista y surrealista. El surrealismo, en concreto, cada vez me gusta más. ¿Cómo no disfrutar con esas pinturas donde los sueños y la realidad se entremezclan en una sola, en tu propia realidad? Abren tu mente, te liberan viajando por universos infinitos sin moverte de allí. Te sientes un niño, otra vez. Miro las pinturas sin observar el nombre. Algunas son inconfundibles, sabes a quién pertenecen. Otras no. Y dos de ellas me gustan en especial. Casualidad o no, son de la misma artista. Mira que hay pinturas para elegir, pero yo me quedo con las de Eileen Agar. Una se llama Tres símbolos (1930), y representa los primeros pasos de la artista dentro del movimiento surrealista. Libera su imaginación y homenajea con una delicada pintura a la arquitectura y al paso del tiempo. Una columna de la Grecia clásica, la catedral de Notre Dame y un puente moderno conjugan en un mismo espacio para protagonizar un paisaje muy fantasioso. La segunda pintura es su Autobiografía de un embrión (1933-34), un verdadero espectáculo de colores. Una pintura cargada de imágenes y mensajes que recorre, en cuatro secciones distintas, los orígenes y el camino que ha andado esa cosa que llamamos cultura. Imposible no detenerse ante ella y perderse entre sus mil matices.

eileen-agar-la-autobiografia-de-un-embrion-pintores-y-pinturas-juan-carlos-boveriAutobiografía de un embrión (1933-34) Eileen Agar

No muy lejos de allí, en la sala dedicada al realismo, se encuentra otro nombre propio: Meredith Frampton. El retrato de Marguerite Kelsey (1928), junto con el Retrato de una joven mujer (1935), se convierten en un auténtico espectáculo. Cuando se observan estos cuadros, vale la pena echar la vista atrás y sumergirse en el contexto en el que se pintaron. Frampton pincela con belleza a la mujer, una mujer poderosa. Marguerite Kelsey luce segura de sí misma, elegante, recostada y con esas magnolias enfrente de ella que simbolizan el deseo. Es el deseo de liberación y reconocimiento de la mujer. Todavía se percibe más claramente en la otra pintura, donde la joven ocupa la parte central del cuadro. Se le ve, de igual manera, segura de sí misma. Rodeada de libros, luce inteligente. Y quizás tenga buen gusto para la música. Me gustan estas dos pinturas. Sencillas, elegantes y con un mensaje tan escueto como poderoso.

Marguerite Kelsey 1928 by Meredith Frampton 1894-1984Marguerite Kelsey (1928) Meredith Frampton

Si vas a la aventura, como yo hago desde hace un tiempo, encontrarás cosas que no esperabas encontrar en el camino. Una de ellas es Alex Katz. Le han dedicado una sala entera. Y decora las paredes con unos paisajes ligeros, delicados. Retrata la cotidianidad de una manera estupenda. Las ramas de los árboles, la ciudad, la noche, una joven en su habitación. Me llaman la atención sus pinturas más pequeñas. Y a mí que de siempre me ha gustado el placer de lo cotidiano, esa felicidad pasiva que parece no estar… pues mira, me ha llegado la energía con la que ha sabido plasmarla este artista. 

East Window 1979 by Alex Katz born 1927West window (1979) Alex Katz

Y un nombre me queda por desvelar. Para mí, lo mejor de la mañana. Viene de Rusia y se llama Vasili Kandinsky. Es una obra que luce en un rincón de la sala dedicada a la pintura abstracta. Me extraño porque pasa desapercibida para un buen número de turistas. Pero yo me quedo allí abobado, mirándola. A este cuadro se le conoce como Swinging (1925) ¿Qué representa? El pintor parece escaparse de cualquier tipo de corsé. Libera las formas, las modela a su gusto, lo abstrae todo y le queda una composición abierta a cualquier tipo de lectura. Los colores explotan con energía y fuerza. A ratos me parece ver a un hombre silbando en una mañana de piscina y sol, rodeado de globos que flotan en el aire. Otras veces parece como si el pintor nos transportara a un paisaje de otra galaxia. Y, de vez en cuando, hasta me parece observar un paisaje egipcio con una pirámide que sobresale al fondo de la imagen. Qué tontería pienso, mientras sonrío. Supongo que he caído en las redes del artista.

swwwwinginSwinging (1925) Vasili Kandinsky  

Una tarde en la Saatchi Gallery

La lluvia decora una tarde otoñal en Londres. Es una tarde como tantas otras. Una tarde idónea, en todo caso, para refugiarse entre las paredes que brinda la Saatchi Gallery. Esta es un tesoro fácil de encontrar en el mapa londinense. Cuando uno piensa en la oferta cultural de la ciudad, la cantidad de planes y actividades que le asaltan terminan (casi) por abrumarle. Es, con diferencia, uno de los grandes activos de la capital británica. Ahí están, hablando exclusivamente de arte, la Tate Modern, la National Gallery, el British Museum o la Tate Britain. Pero detrás de estas primeras espadas, aparece un universo variopinto de galerías. Las hay de todos los tipos y en casi todos los rincones de la ciudad. Esta en concreto, la Saatchi Gallery, es una de las más afamadas. Una vez visitada, conviene decirlo, casi parece más un «pequeño» museo que una galería. 

En las redes del arte caí, curiosidades, en el instituto. Allí conocí la historia del arte y, en cierta forma, me enamoré de ella. Desde entonces, de una manera u otra, siempre he estado ligado a la misma. Me gustan los universos infinitos y los espacios por imaginar. La fantasía y la ensoñación. La ilusión de crear, tú mismo, un pequeño o gran momento. Abrir tu mente y viajar hacia mil lugares partiendo desde un mismo punto: la simple observación. Son formas de comunicarse de lo que hablo. Y todo eso lo brinda, a su manera, el arte a través de muchos canales. Así que, podría decirse, acudir a una galería, pasar una tarde en la Saatchi, es casi casi una aventura. 

El nombre de esta galería está emparentado al de Charles Saatchi. Él es un tipo influyente, poderoso, adinerado y persuasivo. Es un publicista, un encantador de serpientes y el siglo XXI le va como anillo al dedo. Este mecenas propulsó el britart, propagando así la obra de artistas como, por ejemplo, Damien Hirst. Y, por suerte para nosotros, Saatchi es un adicto al arte, un coleccionista incansable de obras de todo tipo. ¿Un amante del dinero? Sí, también. Está en el mundo del arte, directa o indirectamente, por puro negocio. Es un mercader. Pero no se lo reprochemos, a fin de cuentas acerca parte de su colección al gran público de una forma totalmente gratuita. Es decir, volvamos donde empezó todo: la lluvia cae sobre Londres, caminas por sus aceras y, de repente, encuentras esta elegante galería. Sus puertas están abiertas.

Acudir a lugares como este sin saber si quiera lo que se exhibe es, llámenme raro, uno de mis pequeños rituales. Adentrarse en un laberinto, y perderse. Más perdido andas, si cabe aun, en el caso del arte contemporáneo. Pero bien, en el camino encuentro sorpresas. Para empezar, casi no hay turistas, visitantes. Uno puede observar tranquilo el mensaje del artista. Así, las salas de este agradable y tranquilo edificio dan abrigo a las obras de un buen número de artistas que, no nos engañemos, no conozco para nada. La exhibición principal de la galería se titula Pangaea: new art from Africa and Latin America. Y de ella salgo con un nombre y una obra: Rafael Gómezbarros y su Casa Tomada. Es un trabajo impactante, así de primeras. Uno ve un montón de hormigas, hormigas grandes muy grandes. Ocupan las paredes de la habitación, lo invaden todo. Y allí estás tú, con ellas. No es la primera vez que sus hormigas recorren «a lo grande» la geografía urbana. A través de ellas cuenta el artista que busca dar visibilidad a lo invisible. Rinde tributo a todas esas personas que andan perdidas por el mundo, incluso desaparecidas, a la diáspora. Gente que salió de su tierra por un motivo u otro, en busca de un lugar mejor. ¿Dónde están? En esa masa automatizada y anónima que generan las hormigas parecen perderse las almas de todas esas personas. El artista colombiano, cuanto menos, causa impacto.

casa tomadaCasa Tomada, Rafael Gómezbarros

Sigo por este laberinto y vuelvo a sorprenderme. Aparece un nombre muy concreto: Chechenia. Uno de los conflictos olvidados. A casi nadie le importa lo que sucede en el Cáucaso. Sin embargo, hay tipos que ponen su vida en peligro por retratar lo que allí acontece, por poner imágenes a la barbarie. Es el caso del fotógrafo italiano Davide Monteleone. Es difícil olvidar la guerra y las atrocidades que allí ocurren. De hecho, el fotógrafo no lo logra. Él busca captar los orígenes, las tradiciones y la forma de vida de los chechenos. Pero, por desgracia, esta es una vida marcada por el imperialismo ruso y la crueldad bélica. La figura de Vladimir Putin aparece en la exposición, y da cierto asco ver su imagen presente. Spasibo, así se llama el trabajo de Monteleone. No deja indiferente. Da voz al olvido. Dos salas repletas de momentos únicos, captados en fotografías en blanco y negro. Es la identidad chechena la que se exhibe. Un reflejo de las condiciones políticas, económicas y sociales que allí se dan. Y de entre todas las fotos, me quedo con la de esa solitaria chica rezando.

_78136909_a-girl-praying_monteleoneFotografía de una chica rezando en Spasibo, Davide Monteleone

En las últimas salas de la galería encontramos la última apuesta de Charles Saatchi: el actual arte ucraniano. Recorrer estos pasillos es como adentrarse en un universo caótico, alocado y enérgico. Es todo muy heterodoxo. Se comunican a su manera, de una forma singular. Y son voces que provienen de un país en quiebra, fracturado. En realidad, hacía ya tiempo que se percibían «las dos Ucranias». Y eso queda de manifiesto en parte de esta exposición. Ahí reside el gran valor de la misma, ¿en qué piensa la gente que allí habita? Hay un aire melancólico en parte de las pinturas. Me gusta Aurora de Arsen Savadov. Una chica desnuda se abraza al mantel de una gran mesa. Es una habitación lujosa. Al fondo, se percibe el paisaje de una gran ciudad. Pero todo parece sórdido. El pintor expresa la decadencia, el derrumbe, el caos. Todo está saltando por los aires en Ucrania, y a nadie parece importarle. Los protagonistas de esta pintura no alcanzan más que a reflejar la simple tristeza en sus expresiones.

Arsene-Savadov-Aurora - a girl-carrying a bannerAurora, Arsen Savadov

Para terminar la visita, uno puede (¿cómo que puede? ¡debe!) acudir a la tienda de la galería. Así da rienda suelta a su vena consumista y homenajea, a su manera, a la figura de Charles Saatchi. Venden postales muy bonitas y a precios económicos (60-70 pences), por lo que puedes llevarte un pequeño trozo de arte a casa. Así que cojo el Great Plains de Jansson Stegner, y con esta chica-policía (pálida, de una belleza idealizada y lánguida) que cuestiona tan estéticamente las formas de poder, cierro mi visita a la Saatchi Gallery. Vuelvo a las aceras, a la lluvia otoñal y al metro repleto de gente.  

jansson_stegner_untitledGreat Plains, Jansson Stegner