Aquella -y esta- España

Mientras los portugueses terminaban con la dictadura salazarista en 1974, en España, guste o no, el Caudillo murió en su cama, plácidamente. Nadie levantó la voz, pero atrás habían quedado años de sufrimiento y de penurias. Una larga travesía por el desierto a la que, en los años ochenta, muchos jóvenes españoles pusieron fin a su manera en lo que se bautizó como «la movida». Una gran parte de la sociedad reivindicó, ejerció un cambio. Un cambio de mentalidad y de forma de vida que, en lo cinematográfico, se iconizó en la figura de Pedro Almodóvar, cineasta atrevido donde los haya.

España es un país, le pese a quien le pese, con muchas heridas por cicatrizar. Muchas. Detrás de la fachada que brinda la modélica transición, la llegada de la democracia y la instauración de un estado del bienestar se esconde una sociedad que tiende a politizarlo todo. Una sociedad que parece enemistada consigo misma, siempre dispuesta a iniciar la discusión. A la usual rivalidad ideológica entre la izquierda y la derecha -propia en la mayor parte de los sistemas de partidos de los países occidentales-, le añadimos un choque de intereses nacionalistas donde el españolismo más rancio se enfrenta a las bufonadas de una burguesía adinerada -la catalana y la vasca, principalmente- que rentabiliza sutilmente sus intereses escondida tras unas banderas. Por si fuera poco, si uno echa la vista atrás todavía percibe las secuelas de una guerra civil, de una sanguinaria represión y de largos años de dictadura que enrarecen, más si cabe todavía, el ambiente. Y un poco a medio camino de todo esto, aquí y allá, aparece la Iglesia católica. 

La educación católica, hegemónica en los tiempos de la dictadura, está bajo el punto de mira de Pedro Almodóvar a lo largo de esta película. Ella es la alargada sombra de la que uno nunca logra escapar. El director manchego vuelve, como hemos dicho, a iniciar el debate, a machacar las conciencias de los espectadores, sin importarle la sorna y risas de sus críticos. No esconde sus intenciones. De hecho, el título del film es bastante indicativo: La mala educación. Todo queda bañado por el peculiar universo del cineasta. De esta forma, la estética pop engalana la puesta en escena de esta obra. El guion presenta una línea argumental complicada (o mejor, enrevesada), tan propia de Almodóvar. Las canciones Cuore matto y Quizás, quizás, quizás, entre otras, convierten el costumbrismo más popular en pura épica. En mitad de todo este caos ordenado que representa el universo almodovariano, se alzan las figuras protagonistas de este paisaje. Un cineasta, un actor, un editor. Una dulce y penitente madre preocupada por sus hijos. El mundo del cabaret. Y la corte de travestis, heroinómanos, transexuales y curas pederastas que sirve para poner el broche estrafalario a esta variada galería de personajes.  

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Un homenaje al cine negro se cierne sobre la figura de un excepcional Fele Martínez, quien anda intrigado ante el devenir de los acontecimientos. El amor más pasional vuelve loco a Lluis Homar. La camaleónica interpretación de Gael García Bernal, monumental en este film, agita al espectador. Y al fondo, al fondo aparece un amor de juventud. El dulce recuerdo que trae la nostalgiay que, ahora, parece removerlo todo. La ficción y la realidad se entrelazan sin disimulos, y en medio de esa intencionada ambigüedad emerge el personaje capital de este relato: el padre Antonio.  

Echar la vista atrás, en un país como España, pocas veces gusta. Menos todavía si quien lo hace es Pedro Almodóvar. Este, en todo caso, se atreve con el reto y culmina la que es una de mis películas favoritas del cineasta manchego. La mala educación se convierte así, por definición, en una obra turbia, arriesgada y compleja. Atesora, además, un punto melancólico y marchito que sirve para dar las últimas pinceladas a este paisaje tan visceral sobre aquella -y esta- España.

La mala educación (2004) España. Drama. Religión. Dirigida por Pedro Almodóvar. Con Gael García Bernal, Fele Martínez, Lluis Homar y Javier Cámara. Guion: Pedro Almodóvar. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias. 105 minutos.