El escargot azul

Categoría: En un país multicolor

Historias de una ciudad

«The philoshophers have only interpreted the world in various ways. The point however is to change it.»

Hay días de frío agradecidos. Al menos, así lo pienso yo. Me gusta abrigarme con un café con leche bien caliente de buena mañana, decirle «hola» al mundo de esta manera. Me gusta ponerme la bufanda y los guantes. Me gusta salir a la calle y notar como el viento se te cala en los huesos, como te enfría la piel. Me gusta notar el frescor del aire entrando por mis pulmones. Te hace sentir vivo.

Es un día de frío. Un paseo dominical sin sol y con nubes. Una agradable mañana para visitar a uno de los grandes pensadores de todos los tiempos. Apenas 70 páginas le bastaron para cambiar la historia del siglo XX y quién sabe si también influir en el devenir de nuestros tiempos. Un inmenso jardín cargado de tumbas y mausoleos, idóneo para ambientar en él un cuento de terror, protege su descanso eterno. Es el Highgate Cemetery. Y yo me he acercado allí, no me avergüenza decirlo, para presentar mis respetos a la figura y obra de Karl Marx. A lo que él representa, en definitiva, para la historia del pensamiento político. 

Dicen que no hay mejor sitio para conocer la historia de un lugar que el cementerio del mismo. Y es verdad, la de historias que se esconden en él. Paseas en silencio entre la hermosa melancolía que transmite este trozo de naturaleza perdida en la gran ciudad. Imaginas cómo fue la vida de esa mujer de 95 años que siempre soñó con volver a ser una niña. O la de ese poeta republicano que, como el Quijote, luchó por mejorar el mundo. También la de ese hombre que, desde la carestía y huyendo de su Alemania natal, encontró en Londres un refugio para poder transformar en palabras sus pensamientos.

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Un buen hombre

Eran días calurosos. Trabajar en el campo significaba esfuerzo, sudor. Sin embargo, todo se volvía más llevadero cuando uno levantaba la cabeza y la veía. Allí estaba aquella olivera, ofreciendo el frescor de su sombra, dando cobijo al jornalero. Al pie de la misma uno podía fumar tranquilamente, beber un poco de agua y respirar. También eran días, por qué no decirlo, de pobreza y de escasez. Así, cuando el calor se marchó y el invierno llegó, alguien mandó cortar aquel árbol: necesitaban leña para calentar el hogar. Esta noticia molestó especialmente a un hombre. Un hombre que, enseguida, reemplazó aquella olivera. Un joven olivo iba a ocupar, desde ese mismo día, su lugar.  

el olivo, sorollaEl olivo, Joaquín Sorolla

Era un hombre tranquilo. Nunca lo vi con prisas. Siempre fue feliz. Su felicidad era sencilla: la familia, las calles y plazas de su pueblo, los amigos, la tierra y los animales. Era un hombre de pocos caprichos y de ningún lujo. Le bastaba un puro y la compañía de sus palomas. Un buen día se enamoró de una mujer enérgica e incansable, una luchadora junto a la que formó una familia, su familia. Una familia que hoy siente su ausencia, aunque procura honrarlo riendo, y no llorando. Deja tras de sí una colección de personas que tan solo guardan buenos recuerdos y tiernas palabras hacia él; cinco nietos, todos ellos orgullosos de haber compartido cientos de momentos con él; dos hijos que siempre lo añorarán, y una mujer que vivirá por siempre enamorada de él.

Hizo de la modestia, de la humildad y de la sencillez una obra de arte. Y esa obra de arte fue su vida. Una vida que vivió feliz con los suyos. A su recuerdo, el cual llevaré conmigo hasta el final, van dedicadas estas palabras. Aquel hombre tranquilo, bondadoso y enamorado de una olivera era, es y será -qué alegría la mía- mi abuelo.