Hasta que llegó su hora

Hasta que llegó su hora fue el título que se le dio en España a un impecable film de Sergio Leone. Y hasta que llegó su hora, podría decirse, he disfrutado yo con Steve Nash y su baloncesto. Si Michael Jordan es el mejor jugador de todos los tiempos, lo cierto es que Steve Nash ha sido, cuanto menos, el mejor base en la etapa que sucede al reinado del 23 de Chicago.

La NBA es marketing, negocio e imagen. En muchas ocasiones, el físico se impone a la táctica, el cuerpo vence a la mente. Es lo que pide el mercado. Pero, como en todo, siempre existe una excepción. Y si esa excepción ha de tomar forma de jugador, adivinen quién es este. Pues sí, Steve Nash. Nacido en Sudáfrica, hijo de padre inglés y madre galesa, Nash se crió desde bien pequeño en Canadá. Se siente canadiense y, entre otras cosas, es un gran admirador del fútbol europeo, del soccer que allí llaman. Íntimo amigo de Steve McManaman, lo cierto es que ambos comparten el gusto y la clase a la hora de tratar al balón. Y ahí es donde estriba la excepción de la que hablo. Nash no es físico. Nash no es musculatura. Nash es astucia, inteligencia y talento. El estratega al que todo entrenador le gustaría dar las riendas de su equipo. Un artesano, en definitiva.

Steve+Nash+San+Antonio+Spurs+v+Phoenix+Suns+VCPcGWqV5TEl

A pesar de haber sido nombrado dos veces como MVP de la competición -lo cual dice mucho del respeto y admiración que sienten por él-, el deseado anillo de oro nunca ha estado entre sus dedos. Se va sin ganar la NBA, una competición que tanto le debe. Y eso que a ella llegó en silencio. Elegido el número 15 en el draft del 96, las cosas no le andaron muy bien en su primera etapa con los Suns. No fue hasta llegar a Dallas, donde coincidió con Don Nelson (su gran valedor) y un tal Dirk Nowitzki (el mejor socio posible), cuando el canadiense destapó el tarro de las esencias. Él representa el valor del pase, de la asistencia. Y además tenía gusto por la originalidad. Adornaba sus trabajos -arquitectura hecha baloncesto- con una belleza inusual. Y, por supuesto, enriquecía su estilo con el punto necesario de pragmatismo. Su agilidad mental y su frescura a la hora de diseñar la jugada le daban el plus necesario para contrarrestar sus carencias en cuanto a fortaleza y velocidad. Toda su magia dinamitó con aquellos Suns siderales que sorprendieron a propios y extraños. Era el run and gun de Mike D’Antoni, y los de Arizona eran un auténtico torbellino… Shawn Marion, Amare Stoudamire, Joe Johnson, Quentin Richardson y Steve Nash. No ganaron el anillo, pero eran un gustazo de quinteto.

Después de aquello le perdí la pista. La NBA comenzó a fatigarme y caí un tanto en el desinterés por el baloncesto norteamericano. Sé que firmó por los Lakers con la ilusión de alcanzar el anillo de oro… y que todo terminó de manera estrepitosa en la franquicia angelina. Parece ser que Nash ya no volvió a ser el mismo. Entrado en la cuarentena, esta misma semana ha sufrido una grave lesión que solo parece dejarle una opción: la retirada de ese deporte al que tanto le ha dado. Es una lástima que a tipos como él también les llegue la hora de decir adiós. Su baloncesto se convierte ahora en un dulce recuerdo. Se va uno de los mejores. Un playmaker, como dicen los americanos, de fantasía.