Una tarde en la Saatchi Gallery

La lluvia decora una tarde otoñal en Londres. Es una tarde como tantas otras. Una tarde idónea, en todo caso, para refugiarse entre las paredes que brinda la Saatchi Gallery. Esta es un tesoro fácil de encontrar en el mapa londinense. Cuando uno piensa en la oferta cultural de la ciudad, la cantidad de planes y actividades que le asaltan terminan (casi) por abrumarle. Es, con diferencia, uno de los grandes activos de la capital británica. Ahí están, hablando exclusivamente de arte, la Tate Modern, la National Gallery, el British Museum o la Tate Britain. Pero detrás de estas primeras espadas, aparece un universo variopinto de galerías. Las hay de todos los tipos y en casi todos los rincones de la ciudad. Esta en concreto, la Saatchi Gallery, es una de las más afamadas. Una vez visitada, conviene decirlo, casi parece más un «pequeño» museo que una galería. 

En las redes del arte caí, curiosidades, en el instituto. Allí conocí la historia del arte y, en cierta forma, me enamoré de ella. Desde entonces, de una manera u otra, siempre he estado ligado a la misma. Me gustan los universos infinitos y los espacios por imaginar. La fantasía y la ensoñación. La ilusión de crear, tú mismo, un pequeño o gran momento. Abrir tu mente y viajar hacia mil lugares partiendo desde un mismo punto: la simple observación. Son formas de comunicarse de lo que hablo. Y todo eso lo brinda, a su manera, el arte a través de muchos canales. Así que, podría decirse, acudir a una galería, pasar una tarde en la Saatchi, es casi casi una aventura. 

El nombre de esta galería está emparentado al de Charles Saatchi. Él es un tipo influyente, poderoso, adinerado y persuasivo. Es un publicista, un encantador de serpientes y el siglo XXI le va como anillo al dedo. Este mecenas propulsó el britart, propagando así la obra de artistas como, por ejemplo, Damien Hirst. Y, por suerte para nosotros, Saatchi es un adicto al arte, un coleccionista incansable de obras de todo tipo. ¿Un amante del dinero? Sí, también. Está en el mundo del arte, directa o indirectamente, por puro negocio. Es un mercader. Pero no se lo reprochemos, a fin de cuentas acerca parte de su colección al gran público de una forma totalmente gratuita. Es decir, volvamos donde empezó todo: la lluvia cae sobre Londres, caminas por sus aceras y, de repente, encuentras esta elegante galería. Sus puertas están abiertas.

Acudir a lugares como este sin saber si quiera lo que se exhibe es, llámenme raro, uno de mis pequeños rituales. Adentrarse en un laberinto, y perderse. Más perdido andas, si cabe aun, en el caso del arte contemporáneo. Pero bien, en el camino encuentro sorpresas. Para empezar, casi no hay turistas, visitantes. Uno puede observar tranquilo el mensaje del artista. Así, las salas de este agradable y tranquilo edificio dan abrigo a las obras de un buen número de artistas que, no nos engañemos, no conozco para nada. La exhibición principal de la galería se titula Pangaea: new art from Africa and Latin America. Y de ella salgo con un nombre y una obra: Rafael Gómezbarros y su Casa Tomada. Es un trabajo impactante, así de primeras. Uno ve un montón de hormigas, hormigas grandes muy grandes. Ocupan las paredes de la habitación, lo invaden todo. Y allí estás tú, con ellas. No es la primera vez que sus hormigas recorren «a lo grande» la geografía urbana. A través de ellas cuenta el artista que busca dar visibilidad a lo invisible. Rinde tributo a todas esas personas que andan perdidas por el mundo, incluso desaparecidas, a la diáspora. Gente que salió de su tierra por un motivo u otro, en busca de un lugar mejor. ¿Dónde están? En esa masa automatizada y anónima que generan las hormigas parecen perderse las almas de todas esas personas. El artista colombiano, cuanto menos, causa impacto.

casa tomadaCasa Tomada, Rafael Gómezbarros

Sigo por este laberinto y vuelvo a sorprenderme. Aparece un nombre muy concreto: Chechenia. Uno de los conflictos olvidados. A casi nadie le importa lo que sucede en el Cáucaso. Sin embargo, hay tipos que ponen su vida en peligro por retratar lo que allí acontece, por poner imágenes a la barbarie. Es el caso del fotógrafo italiano Davide Monteleone. Es difícil olvidar la guerra y las atrocidades que allí ocurren. De hecho, el fotógrafo no lo logra. Él busca captar los orígenes, las tradiciones y la forma de vida de los chechenos. Pero, por desgracia, esta es una vida marcada por el imperialismo ruso y la crueldad bélica. La figura de Vladimir Putin aparece en la exposición, y da cierto asco ver su imagen presente. Spasibo, así se llama el trabajo de Monteleone. No deja indiferente. Da voz al olvido. Dos salas repletas de momentos únicos, captados en fotografías en blanco y negro. Es la identidad chechena la que se exhibe. Un reflejo de las condiciones políticas, económicas y sociales que allí se dan. Y de entre todas las fotos, me quedo con la de esa solitaria chica rezando.

_78136909_a-girl-praying_monteleoneFotografía de una chica rezando en Spasibo, Davide Monteleone

En las últimas salas de la galería encontramos la última apuesta de Charles Saatchi: el actual arte ucraniano. Recorrer estos pasillos es como adentrarse en un universo caótico, alocado y enérgico. Es todo muy heterodoxo. Se comunican a su manera, de una forma singular. Y son voces que provienen de un país en quiebra, fracturado. En realidad, hacía ya tiempo que se percibían «las dos Ucranias». Y eso queda de manifiesto en parte de esta exposición. Ahí reside el gran valor de la misma, ¿en qué piensa la gente que allí habita? Hay un aire melancólico en parte de las pinturas. Me gusta Aurora de Arsen Savadov. Una chica desnuda se abraza al mantel de una gran mesa. Es una habitación lujosa. Al fondo, se percibe el paisaje de una gran ciudad. Pero todo parece sórdido. El pintor expresa la decadencia, el derrumbe, el caos. Todo está saltando por los aires en Ucrania, y a nadie parece importarle. Los protagonistas de esta pintura no alcanzan más que a reflejar la simple tristeza en sus expresiones.

Arsene-Savadov-Aurora - a girl-carrying a bannerAurora, Arsen Savadov

Para terminar la visita, uno puede (¿cómo que puede? ¡debe!) acudir a la tienda de la galería. Así da rienda suelta a su vena consumista y homenajea, a su manera, a la figura de Charles Saatchi. Venden postales muy bonitas y a precios económicos (60-70 pences), por lo que puedes llevarte un pequeño trozo de arte a casa. Así que cojo el Great Plains de Jansson Stegner, y con esta chica-policía (pálida, de una belleza idealizada y lánguida) que cuestiona tan estéticamente las formas de poder, cierro mi visita a la Saatchi Gallery. Vuelvo a las aceras, a la lluvia otoñal y al metro repleto de gente.  

jansson_stegner_untitledGreat Plains, Jansson Stegner