A orillas del Támesis

Una joven entra en una farmacia. Está pálida, fría. Suplica ayuda mientras se desangra. Un bebé viene de camino. Un bebé que tendrá, para siempre, una larga historia tras de sí. Una historia de infortunios y calamidades. La historia de su madre, Tatiana. Ella, como tantas otras, nació en mitad de la pobreza, en un pequeño pueblo de Ucrania. Un lugar donde no es fácil crecer, y menos si eres mujer. Pero un día alguien llegó al pueblo con nuevas noticias, con noticias que ilusionaban a Tatiana. Él hablaba de Amsterdam, de París, de Londres. Todo parecía un sueño para ella. «Allí ganarás más dinero en un día del que harías aquí en todo un mes» le decía. Soñando con ser una afamada cantante, Tatiana hizo las maletas. Abandonaba su pueblo, ese lugar donde no había nada a lo que agarrarse, con la ilusión de encontrar una vida mejor en Londres. Una vida que encontró su punto final en un hospital, en ese extraño momento en el que la vida, a veces, coincide con la muerte. Ella moría y su hija, Christine, nacía.

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La historia de Eastern promises es una historia triste como pocas. En el fondo, el mismo título evoca a la amargura de esas falsas esperanzas, de esas promesas rotas con las que miles y miles de jóvenes, provenientes en este caso de los países del Este, son engañadas en nuestros días. Esto no es el siglo XVII. Ni tampoco una ciudad tailandesa. Esto es ni más ni menos que Londres a fecha de 2007. Suena tan ligero como contundente. Porque así es el film de David Cronenberg. Este se adentra, adornando el relato con su particular estética de violencia manifiesta, en una temática -la esclavitud sexual- en la que Lukas Moodyson ya había puesto su lágrima con la hiriente Lilja 4-ever (2002). Una realidad escondida, fantasmas que habitan tras las paredes de la gran ciudad. Fantasmas que alcanzarán, por suerte o por desgracia, a Anna en forma de un pequeño diario escrito en ruso. ¿Qué contendrán esas palabras? ¿Qué mensaje transmitirán?

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Transmiten pena y dolor. Es la esclavitud en pleno siglo XXI. La esclavitud en nuestros días. Esa es la brutalidad que subyace entre los fotogramas de esta cinta. Y a ella le dedica David Cronenberg la que probablemente sea, junto a A history of violence (2005), la película más talentosa de su filmografía. El cineasta canadiense vuelve a centrar su atención en torno a la violencia, una violencia que parece no poder escapar de su cine. Una violencia, aquí llega el escalofrío, salpicada de cotidianidad. Si en la película del 2005 un pequeño pueblo rural de Indiana era agitado por las turbulencias que acompañan a los gángsters, ahora el director da un salto y dirige su foco hacia la gran ciudad, hacia Londres. Ambas películas comparten la presencia de una tranquila familia como protagonista. Comparten la violencia explícita. Y comparten la inquietante compañía de esos sinvergüenzas sin escrúpulos a los que solemos etiquetar, por pura simplificación, como «mafiosos». El retrato que se exhibe de estos últimos a lo largo de la película es monumental. Apenas cuatro pinceladas le bastan a Cronenberg -apoyándose, a su vez, en la fotografía de Peter Suschitzky- para alcanzar la brillantez dentro de los cánones del género.    

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Mafiosos que, por ejemplo, poseen un buen restaurante en una calle londinense. Mafiosos que no parecen serlo, pero que están ahí. Ese señor tan amable, cortés y educado; sí, ese señor es un importante personaje de la mafia rusa. Una de las figuras más representativas de la Vor v zakone. A Anna le costará darse cuenta de ello. A fin de cuentas, ella no deja de ser una simple médica tratando de ayudar a una desamparada criatura. Le costará abrir, por tanto, los ojos y cerciorarse de los peligros que ahora le rodean. A ella, a su familia y a su querida Christine. Contará, no obstante, con la extraña complicidad de unos de los personajes más célebres que nos entregó el séptimo arte a lo largo de la década pasada: Nikolai. Un cuerpo lleno de tatuajes le da sentido, porque en Rusia los tatuajes hablan. Un aspecto de seria frialdad marca las distancias con el resto de la sociedad. Y una mirada… bien, una mirada intrigante que nos costará descifrar. «I’m just a driver» dice habitualmente él. Sin embargo, tras esa fachada, tras esa simplona apariencia, se esconde la figura de un auténtico justiciero. Un héroe al que pincela con maestría David Cronenberg. 

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Apenas cien minutos le bastan a esta película para reventar nuestras conciencias. Un relato cargado de terror, de miedo. El espléndido guion de Steven Knight barrunta el universo de sangre y despotismo que acompaña a la mafia rusa, iconizado en un sobresaliente Mueller-Stahl, con el retazo de cotidianidad que representa, con tanta penitencia, Naomi Watts. El punto de conexión entre ambos mundos lo marca un inolvidable Viggo Mortensen. Y al fondo, profundas e inquietantes, aparecen las aguas del Támesis, dispuestas a esconder, a silenciar en su interior, una de las tantas miserias que acompañan a esta sociedad. «Stay alive a little longer«, palabras que resumen la lucha de gigantes que están dispuestos a emprender, cada uno a su manera, Nikolai y Anna.

Eastern promises (2007) Reino Unido. Thriller. Mafia. Dirigida por David Cronenberg. Con Naomi Watts, Viggo Mortensen, Armin Mueller-Stahl y Vincent Cassel. Guion: Steven Knight. Fotografía: Peter Suschitzky. Música: Howard Shore. 100 minutos.