El escargot azul

Categoría: Cine y televisión

Otra vez… ¡Boyhood!

BOYHOOD

Lo ha vuelto a hacer. Y ya van unas cuantas veces. Es Richard Linklater, uno de los cineastas más creativos y originales que se puede encontrar en el panorama cinematográfico actual. Después de haber trenzado una trilogía romántica de escándalo, la de Before, pincela un nuevo paisaje -también fascinante- sobre el mundo de la niñez, de la adolescencia, de la juventud… del paso del tiempo, en definitiva.

«How I wish, how I wish you were here.
We’re just two lost souls swimming in a fish bowl,
year after year, running over the same old ground.»

Natural, así se siente Boyhood. Te lanza un puñado de emoción a la cara. Es una historia preciosa. Doce años de rodaje en los que al cineasta no se le escapa ni un detalle del crecimiento de Ellar Coltrane, así como el de todos sus acompañantes… su madre, su hermana, su padre, los «ex» de su madre, los amigos del instituto, las chicas de las que se enamora, los amigos de la familia. Todo ello queda plasmado aquí. Y se impulsa, además, gracias a un soundtrack maravilloso: Hero, She’s long gone, Beyond the horizon, Hate it here, Summer noon, Deep blue y las propias -casi las mejores- las cantadas por Ethan Hawke (Split the difference y Ryan’s song).

«I try to stay busy,
I take out the trash, I sweep the floor.
Try to keep myself occupied
Cause I know you don’t live here anymore.»

Como digo, el paso del tiempo es la mayor grandeza que contiene esta película. El sinsentido de la vida, la magia de lo cotidiano, los pequeños momentos… todas ellas son cosas que agitan a Patricia Arquette, a Ethan Hawke y a estos chicos que simplemente crecen entre alegrías y tristezas. Las mil y una sensaciones conjugan para hilvanar este relato tan tan colorista. Es la épica de la vida, captada como solo Linklater podía hacerlo. 

«And we can whisper things
Secrets from our american dreams
Baby needs some protection
But I’m a kid like everyone else

So let me go
I don’t want to be your hero
I don’t want to be your big man
I just want to fight like everyone else.»

Boyhood (2014) Estados Unidos. Drama. Adolescencia. Dirigida por Richard Linklater. Con Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke y Lorelei Linklater. Guion: Richard Linklater. Fotografía: Lee Daniel y Shane Kelly. Música: Varios. 165 minutos. 

Igualdad

Sobre la igualdad trata Blanco, el film central de la trilogía de los colores del maestro Kieslowski. El tiempo, sin embargo, ha dejado un poco en el olvido la calidad de esta historia. El hecho de ser la hermana pobre de la familia también distrae la hermosura de esta obra… y es que competir con Azul (1993) y Rojo (1994) no es fácil. Sentimiento es lo que contienen los fotogramas de este film. Todo lo acompasa de una manera sutil y muy personal el cineasta polaco. Lo hace a su manera, logrando emocionar de una forma natural y sincera. Contar con Julie Delpy siempre es un plus, más todavía en plena juventud de esta.

Esto va sobre la igualdad… sentimental. Una cita en el juzgado, un divorcio y una sensación de abandono totalmente hiriente. Karol se hunde y se pierde. La ama pero ya no puede estar con ella. El sueño de ser feliz en Francia se acaba y tras él aparece la pesadilla. Entre las tinieblas aparecen chispazos de luz, como Nikolai. Volver al hogar, a Polonia, aunque sea en una maleta y tras mil peripecias, parece la opción más sensata. A partir de entonces, a Karol solo le queda tejer esta fábula romántica cargada de emoción. Volver a hacer sonreír -y llorar- a Julie Delpy. Preciosa.

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Trois couleurs: Blanc (1994) Francia. Drama. Romántica. Dirigida por Krzysztof Kieslowski. Con Zbigniew Zamachowski, Julie Delpy y Janusz Gajos. Guion: Krzysztof Piesiewicz y Krzysztof Kieslowski. Fotografía: Edward Klosinski. Música: Zbigniew Preisner. 88 minutos. . 

El estudiante de la calle

Robert De Niro es y será uno de los nombres propios en la historia del séptimo arte. Se te escapan, así de un vistazo rápido, la cantidad de sobresalientes trabajos que ha realizado. En todo caso, algo resalta en su filmografía: su veneración por el cine de gángsters. Maestros ha tenido varios, y todos muy buenos. De Niro fue un discípulo maravilloso, un estudiante aventajado. Quizás su mayor mentor -por la cantidad de colaboraciones que han realizado- sea Martin Scorsese, quien lo consagró con Mean streets (1973) y al que le regaló uno de los trabajos de su vida, el de Goodfellas (1990). Como olvidar, sin embargo, al Vito Corleone de El Padrino II (1974), quizás el pico más alto en la carrera de De Niro. Es decir, Coppola también pulió su talento. Igual que Leone (Érase una vez en América, 1984), De Palma (Los intocables de Eliot Ness, 1987) y tantos otros. Ha trabajado con los mejores y eso, algún día, tenía que explotar.

Surge así, en el año 1993, la ópera prima del artista neoyorquino: A Bronx tale. En ella se encuentra concentrado todo el saber adquirido a lo largo del tiempo por este estudiante de la calle. La esencia del cine de gángsters está presente en este film. El mundo de la mafia vuelve así a colación, retratando la socialización de un chaval (desde la niñez hasta la adolescencia) en el Nueva York de los años 60. Los referentes son dos: Chazz Palminteri y De Niro. Uno es el padre verdadero, el trabajador incansable, el hombre honrado que sueña con obtener su porción de felicidad en base a su trabajo. El otro, un gángster que vive mejor de lo que quiere entre dinero ensangrentado, buenos coches y vicios caros. Entre los consejos de los dos crecerá y vivirá Calogero. El cineasta aprovecha así este dilema para pincelar una de los mayores problemas de la periferia: el apego por el crimen. El sistema da oportunidades, unas veces aprovechadas y otras no, pero la mafia brinda un visado hacia el éxito. Efímero este último, sin embargo. Eso lo sabía De Niro, desde el principio. Y peor aún, lo sabía Palminteri. Brillante el mano a mano entre ambos, de largo lo mejor del film. 

Todo se acompaña en esta ocasión, valor añadido, por el tema del racismo. El cineasta se atreve así, aun siendo un novel, a compaginar el tema de la mafia con el del racismo, escudándose, a su vez, en el formidable trabajo de Palminteri -guionista y actor en esta película-. Todo ello germinó, en cualquier caso, en el Nueva York de los 60. El resultado es más que notable. El toque pedagógico final quizá sea lo que más chirría en esta obra, pues el cineasta se ata con los nudos que oferta la corrección. En todo caso, cine del bueno. Se nota la firma del cineasta y todo el poso que con él se mueve.    

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A Bronx tale (1993) Estados Unidos. Drama. Mafia. Dirigida por Robert De Niro. Con Lillo Brancato, Robert De Niro, Chazz Palminteri, Francis Capra y Joe Pesci. Guion: Chazz Palminteri. Fotografía: Reynaldo Villalobos. Música: Butch Barbella. 115 minutos. 

Bonnie and Clyde

«Here’s the story of Bonnie and Clyde (…) If they try to act like citizens / And rent them a nice little flat / About the third night / They’re invited to fight / By a sub-guns’ rat-a-tat-tat. / Some day, they’ll go down together / They’ll bury them side by side / To a few, it’ll be grief / To the law, a relief / But it’s death for Bonnie and Clyde.«

Vivir al margen de la ley. Ese era, en esencia, el estilo de vida de Bonnie Parker y Clyde Barrow. Corrían los años 30 en el interior de los Estados Unidos, la economía hacía estragos en la sociedad y, como siempre, la frialdad numérica mostraba su reverso cualitativo: el aumento de la criminalidad. Este desgraciado hecho suele ir ligado al incremento de la desigualdad social y de la pobreza. ¿Dónde estaba el sueño prometido? Bonnie estaba cansada, harta, de ser una camarera. ¿Era ese el destino final  de su vida? ¿Servir café a los camioneros? «You’re different, that’s why. You know, you’re like me. You want different things. You got somethin’ better than bein’ a waitress. You and me travelin’ together,» le respondía Clyde. 

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Elegante y con desparpajo, esta pareja de atracadores sembraba el terror allá por donde pasaba. «This here’s Miss Bonnie Parker. I’m Clyde Barrow. We rob banks«. Y todo comenzó con un pequeño flirteo. La guapísima Faye Dunaway se dejaba engañar por el apuesto Warren Beatty. Tenía un sueño… salir de la mediocridad. A golpe de pistola si hacía falta. Y él representaba esa ilusión, esa esperanza. Desde Dallas a Missouri, no conocían el miedo. Sus fechorías tenían un aire romántico: robaban al rico, nunca al pobre. En un tiempo en el que la miseria entraba en los hogares de los trabajadores estadounidenses, en un tiempo en el que los bancos embargaban las propiedades de sus clientes, ellos, Bonnie and Clyde, simplemente escupían en la cara del sistema. Se reían de él. 

Aunque, en el camino, también lloraban. Atracos, tiroteos, persecuciones. Y una huida sin final. No era una vida fácil, pues. Y Bonnie extrañaba a su madre, a su familia, a su miserable existencia -qué contradicción sentimental- en Dallas. Había noches en que se arrepentía de haberse dejado atrapar por Clyde, el hombre a quien tan penitentemente amaba. Noches en que se sentía sola, en que lloraba sabedora que no alcanzaría jamás el sueño que ella buscaba: vivir una vida tranquila junto a su chico. Nunca reunirían el suficiente dinero. Nunca dejarían de estar perseguidos. Nunca… cambiaría la forma de ser de Clyde. Así que lo extrañaba, aun teniéndolo al lado, anhelando otra vida para ellos. Una vida que nunca sería la suya.

Su final ya estaba escrito, pues ella ya lo había escrito mucho antes. Era un final donde la nostalgia y la épica se entrelazaban. Un final que hacía justicia a la historia de Bonnie y Clyde. Un final con el que Arthur Penn filmaba una de las escenas más memorables del séptimo arte. Y un final donde las tiernas miradas se cruzaban por última vez. Esto era, también, una estupenda historia de amor. La traviesa sonrisa de Warren Beatty nos sumía en la alegría del caos. A ratos, la melancolía nos invadía al ver a la desamparada y maravillosa Faye Dunaway suplicar por una porción de felicidad. Y sí, yo también me hubiera puesto de los nervios (pobre Bonnie) con los insoportables gritos de Estelle Parsons. Todo ello, junto con el chiste de la vaca de Gene Hackman y la inolvidable fotografía de Burnett Guffrey, contribuía a darle forma a una película emblemática, de alma contestataria y representativa de una época y lugar. Una maravilla.

Bonnie and Clyde (1967) Estados Unidos. Thriller. Gángsters. Dirigida por Arthur Penn. Con Warren Beatty, Faye Dunaway, Gene Hackman y Estelle Parsons. Guion: Robert Benton y David Newman. Fotografía: Burnett Guffrey. Música: Charles Strouse. 111 minutos.   

Asuntos del corazón

Yo también me enamoraría de Helena Bonham Carter. Está estupenda interpretando a Lucy Honeychurch en el que fue su primer papel en esto del cine. Así que supongo que entiendo a Julian Sands y a Daniel Day-Lewis, dos tipos que andan detrás de los encantos de nuestra protagonista. A uno lo conoció en Florencia, espléndida ciudad. Es un joven inglés, amante de la naturaleza, con un punto bohemio y de alma libertaria. Al otro, un intelectual pedante, el destino se lo cruzó en los coquetos jardines que bordean la periferia londinense. Ya saben, el té y la pompa británica en todo su esplendor.

Sin saber muy bien el porqué, la cosa es que la inocente Helena se ha enamorado. Igual que me he enamorado yo de Una habitación con vistas. Y es que esta es una película maravillosa. Los enredos del amor pocas veces se han servido con tanta gracia y clase como aquí lo hace James Ivory. Es una historia sencilla y agradable. El triángulo romántico funciona a las mil maravillas, mientras que la galería de secundarios le da otro aire a esta cinta: me río con la «rectitud» aristocrática de Maggie Smith, por no hablar del desparpajo de Denholm Elliott. Los consejos de Simon Callow y la ensoñación italiana de Judi Dench hacen el resto. Entre todos te sacan una sonrisa. 

Y por encima de todo… está esa ventana. Esa puñetera ventana. La dirección artística, el vestuario y, en suma, la ambientación de esta película es formidable. La cinta de James Ivory es un regalo para los sentidos. Un homenaje a una ciudad tan tan bonita como Florencia. Paseas por la Piazza della Annunziatta, te pierdes entre las tumbas que alberga la Basilica di Santa Croce o te enamoras en la Piazza della Signoria. Por supuesto, el trabajo de fotografía no se olvida del Arno ni de Santa Maria del Fiore con la hipnótica cúpula de Brunelleschi y el campanile de Giotto. Además, la escena final forma parte de las mejores escenas de la historia del cine. Un regalo de película. 

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A room with a view (1985) Reino Unido. Drama. Romance. Dirigida por James Ivory. Con Helena Bonham Carter, Daniel Day-Lewis, Julian Sands, Judi Dench, Maggie Smith, Denholm Elliott y Simon Callow. Guion: Ruth Prawer Jhabvala. Fotografía: Tony Pierce-Roberts. Música: Richard Robbins. 117 minutos. 

Melancolía otoñal

Julianne Moore es la clave de bóveda de Far from heaven. Ella es una modélica ama de casa en un impoluto barrio residencial de los Estados Unidos (Connecticut) durante la década de los cincuenta. Son tiempos de conservadurismo rancio, de pomposidad hipócrita. Una sociedad paternalista y racista se erige como pieza central de la composición. Dennis Quaid y Dennis Haysbert emergen como las piezas con las que agitar la conducta de esta cautivadora pelirroja.

La actriz nos deja una de sus mejores interpretaciones. Un relato melancólico, pausado y preciosista. Todo, todo en esta película es un lujo. Todd Haynes no deja al azar ningún detalle. Esta es, por tanto, una obra refinada y bien cuidada. El cineasta demuestra la valía que posee para alcanzar la belleza, para conseguir que cada fotograma sea una obra de arte en sí mismo. En este sentido, la fotografía de Edward Lachman le saca el máximo provecho al impecable trabajo de dirección artística y vestuario. La dirección de Haynes lo acompasa todo y, al final, nos queda una contundente postal de aquellos -no tan lejanos- Estados Unidos. 

Sentir devoción por tu marido y que este resulte ser un frustrado homosexual, no es plato de buen gusto. Tampoco enamorarte nuevamente de tu jardinero, un tipo tranquilo, agradable y… negro. El guion, a pesar de estar muy bien llevado y resuelto, está cogido con alfileres. Peca un tanto de tendencioso y, la verdad, todo resulta algo rebuscado. Pero como digo, los apuros de Julianne Moore sirven para fraguar una historia, tan pesarosa como hermosa, resuelta con total armonía.  

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Far from heaven (2002) Estados Unidos. Drama. American way of life. Dirigida por Todd Haynes. Con Julianne Moore, Dennis Quaid, Dennis Haysbert y Viola Davis. Guion: Todd Haynes. Fotografía: Edward Lachman. Música: Elmer Bernstein. 107 minutos. 

Llegando a «Boyhood»: Perdidos en el siglo XXI

Dos jóvenes dicen, por fin, adiós al instituto. Terminan de esta manera una de las etapas más aburrida de sus vidas. El acto de graduación, los discursos protocolarios, el baile de despedida… digamos que les estorba. Estas chicas son un poco alternativas, diferentes. Y por si esta aura de rebeldía no fuese suficiente, han decidido que no marcharán a la universidad. Simplemente quieren coger un trabajo (el que sea) y vivir juntas. Toda una revolución juvenil ideada en sus mentes. 

Un plan de vida austero, tranquilo y, en cierta manera, grandioso. Son dos adolescentes incomprendidas luchando contra gigantes. Las conversaciones con los chicos (siempre hablando de deporte) no les terminan de hacer gracia. Tampoco las insoportables compañeras de clase con sus altavoces pregonando sus maravillosos y espléndidos planes de futuro. Por no hablar de las clases de repaso de Arte en verano (muy divertido el papel de la profesora). Y así, sin poco más que hacer, alternan las tardes de cafetería con los paseos por las calles de su ciudad observando a la gente: un anciano que espera sentado la llegada de un autobús que le permita salir de esa ciudad; una potencial pareja de satánicos; y un joven dependiente al que torturar con sus enredadas intenciones.

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Así, un buen día, leyendo el periódico, se fijan en un anunció muy friki que en él aparece. Es un hombre que lanza al cielo un grito en busca de una extraña mujer que un día llamó su atención. El tipo debe ser un loco (desesperado y potencial psicópata), como mínimo, para publicar algo así. Nuestras protagonistas también lo piensan. Y les da por hacer una gracia. Orquestan una cita a ciegas con él. Una gracia que terminará llevando a Thora Birch hacia los enredos del amor. Esta quedará atrapada por las rarezas y manías de un solitario tan entrañable como Steve Buscemi.

La vida de estas dos muchachas… cambiará. Esa explosión de negación que representan comenzará a silenciarse. ¿Caerá Thora Birch en la alineación? ¿Y Scarlett? Las dos vomitaban al escuchar los futuros empresariales de sus compañeros. Las dos se reían del conformista adolescente que, resignado, comenzaba a escribir las primeras páginas del trabajo de su vida: dependiente de una cutre tienda. Pero ahora, ahora el instituto ha terminado. Thora Birch ha quedado prendada -qué tonta y graciosa historia de amor- por el patetismo que define a Steve Buscemi, mientras Scarlett Johansson parece absorta por la maquinaría de alineación consumista: sirve café, recibe un sueldo, comienza a labrar su ramplona vida material y continúa sirviendo café para sostener por largo tiempo este círculo de mediocridad. Para mí, es el mejor personaje. Dos pinceladas, correctas y sencillas, le bastan al director para arremeter tan brutalmente contra todos. Total que la efervescencia con la que despedían el instituto, aquella ensoñación rebelde y juvenil comienza a acallarse tan trágicamente.   

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El arte de ser un inadaptado. Esa es la máxima de esta película, la ideología que sustenta cada uno de sus trazos. Terry Zwigoff elabora una catedral de soledad, frustración y extrañeza a través de Ghost World. ¿Qué habremos hecho mal? se preguntan los protagonistas de esta historia. El guion nos asoma así al borde del precipicio. Son una versión alternativa y freak del manido «rebelde sin causa» que inaugurara en los años cincuenta el malogrado James Dean. La incomprensión juvenil se convierte en una alargada sombra que escapa de los límites del tiempo. Thora Birch y la estupenda Scarlett Johansson comienza a conocer de primera mano las inercias de una sociedad -la capitalista/consumista- que no termina de hacerles gracia. Pero, ¿cuál es la alternativa? Son niñas y el amor, aunque no lo quieran reconocer, pulula por sus mentes. Quizás esta sea la solución. Sueñan con encontrar a alguien que las comprenda, alguien que haga sus vidas más llevaderas. Y Thora Birch lo ha hecho… se ha enamorado, pero de… ¡Steve Buscemi!

Los errantes solitarios son el eje de este maravilloso relato. Desde la incomprendida niña que recién se gradúa en el instituto hasta el anciano hombre que espera pacientemente sentado en un banco sin olvidar, por supuesto, a ese cuarentón misántropo cuya vida radica en amasar una colección de vinilos. La galería de personajes secundarios sirve para elaborar una radiografía de la sociedad occidental a principios de siglo XXI. Una sigilosa y escurridiza obra que desgrana, convirtiendo el patetismo en pura épica, algunas de las manías de esta sociedad. 

Ghost world (2001) Estados Unidos. Drama. Adolescencia. Dirigida por Terry Zwigoff. Con Thora Birch, Scarlett Johansson y Steve Buscemi. Guion: Terry Zwigoff y Daniel Clowes. Fotografía: Alfonso Beato. Música: David Kitay. 111 minutos. 

Sergio Leone: Exégesis del dólar (II)

«In un luogo dove la vita non aveva prezzo, la morte, qualche volta, lo aveva. Per questo comparvero i cacciatori di taglie.» Alguien recita estas palabras mientras, a lo lejos, un hombre cabalga a lomos de su caballo atravesando el desierto. Suena la música de Ennio Morricone, magistral partitura, y se escucha un disparo. El hombre cae de su caballo, abatido por el fuego. Alguien le ha dado caza. Es el prólogo con el que se inicia esta historia de violencia.

Un banco de la ciudad de El Paso se asemeja a un oasis en mitad del caluroso desierto. Allí, sedientos de dinero, acuden unos y otros. Quien primero lo hace es el Indio, un sanguinario bandolero, falto de escrúpulos aunque, contradicción, cargado de remordimientos. Lleva consigo un reloj… y una melodía. Un recuerdo le acompaña en su oscuridad. Y dos sombras le acechan. Son Mortimer y el hombre sin nombre. Ambos buscan su cabeza, obtener su recompensa. Están pincelando de esta manera un lienzo visceral. Los instintos más puros arrecian con fuerza para hilvanar un triángulo de violencia tan extrañamente cautivador. 

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Sergio Leone continua escribiendo su particular poesía. Los versos veneran al dólar y a la muerte. Las imágenes se regodean en los primeros planos, en las desafiantes miradas y en la gracia con la que estos hombres desenfundan sus armas. El personaje de Mortimer, además, le añade una pizca de intriga a esta representación. Y es que Lee Van Cleef nos hiela la sangre en un final sobrecogedor con el que Leone simboliza la capital importancia de la venganza en este relato. No solo el dinero conduce a la muerte, viene a decirnos el cineasta. El choque emocional entre Gian Maria Volonté y Van Cleef le otorga, pues, un punto de grandeza a esta descorazonadora historia.     

La figura de Clint Eastwood, en cambio, vuelve a representar la esencia del cine de Sergio Leone en esta trilogía del dólar. Es la violencia desinteresada. Un poncho raído, una mirada áspera y un sombrero que profetiza el adiós del adversario son sus señas de identidad. Y esta, «quando devo sparare, la sera prima vado a letto presto,» su máxima existencial. El hombre sin nombre rinde pleitesía a la estética de la violencia. Un film transgresor, bañado en el salvajismo más primitivo, que vuelve a convertir a este último en un estruendoso espectáculo.

Per qualche dollaro in più (1965) Italia. Western. Spaghetti Western. Dirigida por Sergio Leone. Con Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Gian María Volonté. Guion: Sergio Leone y Luciano Vincenzoni. Fotografía: Massimo Dallamano. Música: Ennio Morricone. 130 minutos.   

La otra revolución

Un niño queda fascinado por las gotas de lluvia que caen sobre su tejado. Trepa por los árboles pensando que al llegar a la copa, el árbol le desvelará todos sus secretos. Vive admirando la poesía de la naturaleza, de la vida. Y la plasma, la escribe en las cortezas de los árboles. Se siente libre, miserable pero libre. En esos días, en esos pequeños instantes de pura inocencia, descansa su felicidad más absoluta. Pronto, sin embargo, partirá hacia la ciudad. Y se hará mayor. Vivirá de otra manera, aunque sin olvidar nunca aquella niñez ni los ligámenes que a ella siempre le atarán. Tiene, desde pequeño, un don para la escritura. Ese don que su desdichada madre nunca pudo valorar. Es Reinaldo Arenas, naciendo, viviendo y padeciendo en Cuba. El fervor revolucionario, ese que tanto ilusionó al propio Reinaldo, pronto se volverá en su contra. «Los que crean arte son un peligro para cualquier dictadura. Buscamos belleza y la belleza es el enemigo. Los artistas son contrarrevolucionarios» le cuenta Lezama, uno de sus maestros. 

La vida se convierte en un auténtico tormento. Un sueño y una pesadilla que coinciden en el tiempo. El cineasta, Julian Schnabel, desata un precioso homenaje a la figura del escritor cubano. Las imágenes que alcanza a transmitir son de una belleza cautivadora. Y el sentimiento, rabia y frustración que contienen cimentan una sonora reivindicación que honra no solo la figura de Reinaldo Arenas, sino también el valor de la propia escritura, de la libertad de pensamiento. Porque esa fue, en esencia, la gran cruz que tuvo que arrastrar Reinaldo: ¿por qué tengo que pensar como piensa Fidel? 

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Es la otra revolución, la oculta, la silenciada. Es la ilusión que siente ese hombre por la escritura. El arte de saber vivir escondido con ella, entre las rejas de una apocalíptica prisión, entre los recovecos más insospechados de Bon Bon, ansiando ese día en el que puedas gritar en libertad, expresar todos tus pensamientos. Un papel y un lápiz se convierten en el mayor de los tesoros. La portada de un libro editado en el extranjero mantiene su sangre en circulación. Y el sonido de la máquina de escribir, ese placentero tac-tac, hace que viaje hacia el infinito. Se olvida así del hijo de puta de Fidel, de las miserias de cualquier dictadura. Consigue vivir en el desastre, rodearse de un optimismo inquebrantable, abrigarse con aquella alegría esperanzadora que envuelve a su niñez y escribir, tan solo escribir, para sentir la libertad en él.

Cualquier episodio violento alterna la grandeza con la miseria. Es la creación y la destrucción chocando entre sí. En el caso de una revolución, las benevolencias de la primera siempre disimulan los estragos de la segunda. Y si hablamos de Cuba, de Santa Clara y de Fidel parece como si todo tuviese que estar adornado con un aura de ensoñación y romanticismo. Esta película, en cambio, ofrece un testimonio que discrepa de esta idealizada postal, que pone el énfasis en la miseria más que en la grandeza. Personalmente, no entiendo Before night falls como una película anticomunista. Tampoco es apología liberal. «La diferencia entre el sistema comunista y el sistema capitalista es que cuando te pegan la «patá» en el culo, en el sistema comunista tienes que aplaudir; en el sistema capitalista puedes gritar.» Es la única referencia explícita que hay en la cinta en torno a esta controversia y, quizás, a Schnabel se le olvidó matizar que el grito, en la inercia del capital, se ahoga, las más de las veces, en el silencio.

Entiendo la película como un hermoso relato que honra la penitente vida de Reinaldo Arenas. Así que me niego a observar esta obra como un burdo panfleto anticastrista. Schnabel nos descubre, por tanto, aquella historia, su historia. Un hombre que no se dejó dominar. Un escritor que no quería que enmudecieran su voz. No quería servir a nadie. Y ahí, en esa lucha por defender su libertad y en su repugna hacia cualquier tipo de servidumbre, es donde reside el gran valor de este film. «No soy religioso, soy homosexual y ahora soy anticastrista. Eso quiere decir que yo creo reúno todas las condciones para que no se me publique un libro y para vivir al margen de toda sociedad en cualquier lugar del mundo.» Son las palabras que pronuncia Javier Bardem -espléndido, por cierto- regando sus queridas plantas en una azotea de la ciudad de Nueva York. Palabras que, como digo, refrendan el valor de la libertad y que tan bien supo transmitir Reinaldo Arenas a través de sus versos:

«Yo soy ese niño desagradable
-sin duda inoportuno –
de cara redonda y sucia que ante los grandes faroles
o bajo las grandes damas también iluminadas
o ante las niñas que parecen levitar
proyecta el insulto de su cara redonda y sucia.» 

Before night falls (2000) Estados Unidos. Drama. Cine político. Dirigida por Julian Schnabel. Con Javier Bardem, Johnny Depp y Olivier Martinez. Guion: Julian Schnabel y Cunningham O’Keefe. Fotografía: Xavier Pérez Grobet y Guillermo Rosas. Música: Carter Burwell. 133 minutos.  

Sergio Leone: Exégesis del dólar

El desierto se agranda. Caminamos a través de él sin saber lo que sigue, lo que nos espera. Pronto aparece un misterioso hombre a lomos de su caballo. ¿De dónde viene? Tiene una mirada temible. Un poncho le da abrigo, un sombrero alicaído esconde su fría expresión y un cigarro se perpetua entre sus labios. Alza la cabeza y observa a su alrededor. Ve a un niño llorar desconsolado. Ve ante sí un pueblo decrépito. Y se adentra en él… buscando trabajo, dinero y, faltaría más, problemas con los lugareños. 

¿Quién es ese tipo? Nadie lo sabe. No tiene nombre. No tiene pasado. Poco hablador y admirador de los monosílabos, una de las pocas oraciones que alcanza a decir define su idiosincrasia: «When a man’s got money in his pocket he begins to appreciate peace.» Mientras, los Rojo y los Baxter, dos familias enfrentadas, luchan por un mismo territorio. Ambas buscan dominar cada esquina de ese mísero pueblo perdido en la frontera mexicana. Unos trafican con alcohol; los otros, con armas. Él simplemente está en mitad de la acción, rentabilizando sus movimientos, trabajando para ambos bandos… «Why are you doing this for us?» le preguntan de uno y de otro lado. La respuesta es obvia, «five hundred dollars.» Sin embargo, aparece Marisol, esa hermosa mujer, agitando todavía más el ambiente del pueblo. ¿Por qué un tipo sin escrúpulos decide ayudar a esa familia, a esa mujer, a ese chiquillo? «Because I knew someone like you once and there was no one there to help. Now, get moving.» Un mismo interrogante, dos respuestas distintas. Es el único atisbo de humanidad que se percibe en él, la única sombra de ese idealizado justiciero que parece ya no estar. 

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El cineasta italiano transgredía con esta historia inspirada en un trabajo anterior de Kurosawa. La conquista del oeste, tan edulcorada en las historias que provenían de los Estados Unidos, era pincelada ahora con un salvajismo impropio. Aquel justiciero, aquel hombre de ley que defendía sus valores, sus libertades, sus tierras frente al «salvaje indio» (todo era, como ven, muy cívico) quedaba ahora desdibujado del mapa. Aquellos bandoleros sin escrúpulos a los que el sheriff siempre ajusticiaba, aquellos miserables se convertían, desde ya, en los protagonistas del cine de Leone. Sí, el hombre sin nombre es un ser errante, sin moral. Un antihéroe. Un pistolero que asesina a sangre fría «por un puñado de dólares.» Muere gente de bien sin motivo alguno. Todo queda bañado de sangre. Las frías miradas se encuentran y se retan en mitad del desierto. Un mano a mano servido en base a primerísimos planos. La respiración se contiene mientras esperamos contemplar quién es el más rápido. Es el mundo de la violencia inundando los rincones del séptimo arte.

Y guste o no al espectador, eso es lo que vende Sergio Leone. Convierte la violencia, rechazada moralmente en cualquier lección de ciudadanía, en un objeto de placer, de atracción. Los palos que le han caído desde entonces a Leone no han sido pocos. Su cine, para qué engañarnos, no es un cine intelectual, pedante ni filosófico. Busca simplemente hurgar en los instintos más básicos del público escapando de cualquier atisbo de moralidad. Recurre a un recurso -la violencia- al que, en realidad, muchos otros han recurrido. ¿Acaso Anthony Mann no se sirvió de ella? O nuestro entrañable Tarantino (reconocido feligrés del cineasta italiano), ¿no hace lo propio rodeado de gángsters? Son dos ejemplos de una lista extensísima de directores en la que Sergio Leone brilla con luz propia. Él se sirve del far west para reivindicar la estética de la violencia. Los largos silencios, la falta de escrúpulos y la rudeza que todo ese paisaje desierto parece transmitir. Es un mundo infame plasmado tan maravillosamente por Leone.

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«You’ll get rich here, or you’ll be killed. Juan De Dios tolls the bell again,» Es la dicotomía a la que todo hombre se enfrenta en ese polvoriento pueblo. Y él lo tiene claro. Nuestro hombre sin nombre solo está allí de paso, dispuesto a brindar un sonoro y violento espectáculo con el que insuflar oxígeno a un género, el western, que comenzaba a dar síntomas de fatiga. Con esta película, Per un pugno di dollari (1964), el spaghetti western alcanzaba una resonancia mundial. Eran muchas cosas en tan poco espacio. Era historia viva del cine. Y pocos de los que allí estaban lo sabían. Este film daba inicio, a pesar de la escasez de medios con la que contaba, a la que fue bautizada como «la trilogía del dólar.» Y con esta llegaban para quedarse tres nombres propios de la historia del séptimo arte: Clint Eastwood, Ennio Morricone y Sergio Leone.

Per un pugno di dollari (1964) Italia. Western. Spaghetti Western. Dirigida por Sergio Leone. Con Clint Eastwood, Gian Maria Volonté y Marianne Koch. Guion: Sergio Leone, Víctor Andrés Catena y Jaime Comas Gil. Fotografía: Jack Dalmas. Música. Ennio Morricone. 95 minutos.