Una mañana en la Tate Modern

por I.

Un mañana soleada en Londres es un regalo. Te despierta el ánimo. Cuando el cielo está azul azul… esta ciudad es mucho más bonita. Paseo por el puente de Blackfriars, tranquilo, sin casi gente. Puedo así disfrutar del Támesis, observar la fuerza de su caudal y quedarme allí atontado -más de lo que estoy- mientras vislumbro a mi izquierda, regalo doble, el plan del día: otoño, Londres, el sol y la Tate Modern.

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Entrar en la Tate es algo que, probablemente, nunca me vaya a cansar. Me gusta hasta la singularidad del edificio. Qué pragmáticos son estos británicos. A quién si no se le iba a ocurrir la idea de convertir una antigua central eléctrica inservible por el paso del tiempo, la de Bankside en la orilla sur del Támesis, en el museo más visitado de arte moderno y contemporáneo mundial. Pues sí, a ellos. Y entrar en ella, recorrer las plantas 2, 3 y 4, distraerse en la terraza de la cafetería, pasear por sus pasillos… la Tate siempre depara algo especial. Hay tal cantidad de pinturas chulas que es imposible no perderle el rastro a alguna. Esto, sin embargo, es lo mejor de este museo: cada vez que vas, descubres un tesoro nuevo, una obra que hasta entonces no te había llamado la atención.

Entre los muros de la Tate Modern duermen pinturas de Salvador Dalí, Pablo Picasso, Joan Miró, Paul Klee, Francis Bacon y tantos otros. Pero fíjate que salgo del museo con otros nombres. El recorrido lo comienzo en la segunda planta, lugar donde se encuentra la exhibición bautizada como poetry and dream. Dentro de la misma, lucen alegremente las salas dedicadas a la pintura realista y surrealista. El surrealismo, en concreto, cada vez me gusta más. ¿Cómo no disfrutar con esas pinturas donde los sueños y la realidad se entremezclan en una sola, en tu propia realidad? Abren tu mente, te liberan viajando por universos infinitos sin moverte de allí. Te sientes un niño, otra vez. Miro las pinturas sin observar el nombre. Algunas son inconfundibles, sabes a quién pertenecen. Otras no. Y dos de ellas me gustan en especial. Casualidad o no, son de la misma artista. Mira que hay pinturas para elegir, pero yo me quedo con las de Eileen Agar. Una se llama Tres símbolos (1930), y representa los primeros pasos de la artista dentro del movimiento surrealista. Libera su imaginación y homenajea con una delicada pintura a la arquitectura y al paso del tiempo. Una columna de la Grecia clásica, la catedral de Notre Dame y un puente moderno conjugan en un mismo espacio para protagonizar un paisaje muy fantasioso. La segunda pintura es su Autobiografía de un embrión (1933-34), un verdadero espectáculo de colores. Una pintura cargada de imágenes y mensajes que recorre, en cuatro secciones distintas, los orígenes y el camino que ha andado esa cosa que llamamos cultura. Imposible no detenerse ante ella y perderse entre sus mil matices.

eileen-agar-la-autobiografia-de-un-embrion-pintores-y-pinturas-juan-carlos-boveriAutobiografía de un embrión (1933-34) Eileen Agar

No muy lejos de allí, en la sala dedicada al realismo, se encuentra otro nombre propio: Meredith Frampton. El retrato de Marguerite Kelsey (1928), junto con el Retrato de una joven mujer (1935), se convierten en un auténtico espectáculo. Cuando se observan estos cuadros, vale la pena echar la vista atrás y sumergirse en el contexto en el que se pintaron. Frampton pincela con belleza a la mujer, una mujer poderosa. Marguerite Kelsey luce segura de sí misma, elegante, recostada y con esas magnolias enfrente de ella que simbolizan el deseo. Es el deseo de liberación y reconocimiento de la mujer. Todavía se percibe más claramente en la otra pintura, donde la joven ocupa la parte central del cuadro. Se le ve, de igual manera, segura de sí misma. Rodeada de libros, luce inteligente. Y quizás tenga buen gusto para la música. Me gustan estas dos pinturas. Sencillas, elegantes y con un mensaje tan escueto como poderoso.

Marguerite Kelsey 1928 by Meredith Frampton 1894-1984Marguerite Kelsey (1928) Meredith Frampton

Si vas a la aventura, como yo hago desde hace un tiempo, encontrarás cosas que no esperabas encontrar en el camino. Una de ellas es Alex Katz. Le han dedicado una sala entera. Y decora las paredes con unos paisajes ligeros, delicados. Retrata la cotidianidad de una manera estupenda. Las ramas de los árboles, la ciudad, la noche, una joven en su habitación. Me llaman la atención sus pinturas más pequeñas. Y a mí que de siempre me ha gustado el placer de lo cotidiano, esa felicidad pasiva que parece no estar… pues mira, me ha llegado la energía con la que ha sabido plasmarla este artista. 

East Window 1979 by Alex Katz born 1927West window (1979) Alex Katz

Y un nombre me queda por desvelar. Para mí, lo mejor de la mañana. Viene de Rusia y se llama Vasili Kandinsky. Es una obra que luce en un rincón de la sala dedicada a la pintura abstracta. Me extraño porque pasa desapercibida para un buen número de turistas. Pero yo me quedo allí abobado, mirándola. A este cuadro se le conoce como Swinging (1925) ¿Qué representa? El pintor parece escaparse de cualquier tipo de corsé. Libera las formas, las modela a su gusto, lo abstrae todo y le queda una composición abierta a cualquier tipo de lectura. Los colores explotan con energía y fuerza. A ratos me parece ver a un hombre silbando en una mañana de piscina y sol, rodeado de globos que flotan en el aire. Otras veces parece como si el pintor nos transportara a un paisaje de otra galaxia. Y, de vez en cuando, hasta me parece observar un paisaje egipcio con una pirámide que sobresale al fondo de la imagen. Qué tontería pienso, mientras sonrío. Supongo que he caído en las redes del artista.

swwwwinginSwinging (1925) Vasili Kandinsky